jueves, 24 de enero de 2008

EL MILAGRO DE LOS PANES




Había sido invitado a la boda. Charlaba animosamente con el resto de los asistentes a la celebración; y mientras deambulaba de un lado para otro escuchando los sonidos de los instrumentos musicales, se deleitaba disfrutando del manto estrellado del infinito.
La llamada lastimera de su madre, María, lo despertó de su ensoñación: Jesús, se ha terminado el vino, los invitados ya no tienen qué beber.- Llenad las tinajas de agua y servid a los presentes.
Los sirvientes así lo hicieron y, ¡MILAGRO! el agua de convirtió en vino.
En mi casa hemos intentado el prodigio. A media cena, se nos agotó las provisiones de Rioja, ante tal contradicción se me ocurrió que si él pudo hacerlo, quizás a nosotros nos funcionase el invento. Rellenamos las botellas con agua de grifo y ..voilà, seguía siendo agua, eso sí, ligeramente coloreada y con restos de sabor a lo que fue un buen caldo de crianza.
Está visto que lo del vino no se me da muy bien, pero lo de los panes.. es otra cosa. Soy una Jounini cuando tengo que alimentar a mi tropa. En mi casa de normal somos cinco bocas, pero no hay día, noche, o fin de semana, que no se apunte alguien a la mesa. Mis amigos y familiares tienen un morro que se lo pisa, siempre están dispuestos a que les haga alguna de mis comiditas.
Según el menú del día, se me apuntan unos u otros: Amparo y Mª Dolores, arroz con acelgas. Mis cubanitos paella, para que luego la mezclen en el plato con la ensalada ( hay que joderse ).
Las niñas pasta, y el resto de concurrencia, cualquiera de las delicatesens del momento: brochetas de marisco, crema de espinacas, souflé de queso o tarta de arándanos.
Los panes aún los puedo multiplicar, porque si ha quedado del día anterior, lo tuesto y no me dejan ni miga, pero lo del marisco está más jodido. Cuando voy a comprar a la pescadería, le pido un kilo y espero que me regalen otro, pero ni flores.
Recuerdo cuándo me casé, ( la primera vez) y de ésto hace mucho. Era yo una cría de 2o años, y los sábados prontito de mañana, subida en mi Vespa, me iba al mercado central a hacer la compra de toda la semana. Era para mí un suplicio tal quehacer. Todas aquellas señoras maduras y experimentadas en la organización doméstica, hacían la compra con una facilidad pasmosa.
A mí me daba mucha vergüenza ir a comprar, tenía la sensación de llevar puesto un cartel entre pecho y espalda que decía: RECIÉN CASADA, y cuanto apenas me salía la voz para pedir un cuarto de jamón serrano, medio pollo y 250g. de salchichón. ¡ Cuánto hace de aquello!
Ahora soy capaz de pegarme con la señora que intenta colarseme o quitarme la mejor oferta de merluza.
Aunque para merluza, servidora, si encuentro algún billete en el establecimiento de compra, no se me ocurre otra cosa que, dárselo a la cajera por si alguien lo reclama. Si es que no he cambiado tanto como me creo.
Eso sí, tengo un don especial para comprar lo más económico y sacarle el máximo provecho.
Voy a crear un libro de cocina económica, y para que veáis que es cierto lo que os digo, tomad nota si os interesa.
COSTILLAS AL HORNO
1 paquete de costillas cortadas
1 lata de coca cola
1 sobre de sopa de cebolla ( de esa seca para añadir agua)
Se ponen todos los ingredientes en una cazuela, a ser posible de barro
primero las costillas, luego el contenido del sobre
y por último se vierte la coca cola
se mete en el horno, no recuerdo el tiempo, pero se controla hasta que esté tierno y melosa la salsa.
Os aseguro que está para chuparse los dedos. Con cuatro perras se come de vició.
¡ que aproveche!

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