jueves, 17 de enero de 2008

UNA DE CHINOS

Hace quince años estuve en China, un país precioso, la bruma lo envuelve dándole ese carácter de paisaje de acuarela. Llegué allí en época de monzón lo que garantiza un caparrón tras otro. Me recuerdo con los pies anegados de agua casi hasta las rodilla. Viaje a miles de kilómetros sin apenas equipaje, con lo puesto, no había tiempo para preparar una maleta decente. De éste modo, con chancletas, lo puesto y un neceser, me aventuré dirección a oriente.
Un destino de nosecuantos kilómetros, y otras tantas horas de avión y, sin más, apareces al otro lado del espejo. Un mundo tan distinto del nuestro, que parece la cara y la cruz de la tierra que ambas culturas compartimos. Me maravillaron sus templos, sus construcciones, su modo de trabajar, ahora entiendo lo de : trabajar como chinos.
Yo estuve durante muchos años trabajando en una empresa muy importante conocida internacionalmente, y de cuyo nombre no quiero acordarme. En ella vendíamos productos preciosos y carísimos, jades, plata, marfil, porcelana y cristales de alta y bella calidad.
Por aquel entonces se asociaba el valor añadido al producto, no solo por la firma del logotipo, habia que entender que dichos productos eran llegados de las rutas de oriente, como si los trajese personalmente Marco Polo. Aquella lobotomia trabajada minuciosamente durante años en mi pobre mente, se descompuso al ver como se creaban aquellos artículos en serie. En serie de filas de chinos trabajando con la planta de los pies reposando en un charco de orín. Posiblemente no le permitiesen hacer un descanso ni tan siquiera para relajar sus bejigas.
Esa linda porcelana de cloissone que un día yo vendí por el módico precio de un potosí, era el resultado del esfuerzo de unas gentes trabajando por un cuenco de arroz blanco.
El transporte o desplazamiento de estas personas de ojos rasgados, como ya muchos sabéis, es la bicicleta, a pie o en hombros de otro de más baja casta. Comprendo que para algunos, este es su medio de vida, pero ¿que puedo deciros? eso de que me suban a la espalda o en uno de esos carricoches arrastrado por un ser humano, para facilitarle a servidora el acceso al templo del Buda fulanito de tal, pues la verdad, como que no. Mejor les das una propina y que la disfruten sus espaldas, que falta le hace.
Me dieron mucha penita, y pena de la grande cuando descubrí que mientras mi cuerpo serrano descansaba lo llevado del día en una cama de un lujoso hotel, tras las cristalera del duodécimo piso, habían familias dormitando por doquier en todad las aceras de Pekin. ( ahora tienen el reto de las olimpiadas, ¿ que aran con estas personas, las esconderán debajo de la alfombra? )
Pase en ese viaje, de lamentarme por ellos, que por cierto no se quejaban, a faltar les el respeto a comprobar lo cochinos que son. Si literalmente unos guarros.
Las distancias de una ciudad a otra era larga, lo que significaba tener la imperiosa necesidad una vez poníamos un pie fuera del autobús, o del tren, de tener que buscar urgentemente unos servicios públicos, claro está. Si vais a China, no preguntéis, dejaros llevar por vuestro olfato, y cuando localicéis en vuestras fosas nasales un olor peculiar, profundo y nauseabundo, dirigiros directamente en su dirección; eso sí, no olvidéis de llevar varitas de incienso encendidas o pañuelos aromatizados con cualquier colonia barata, siempre sera mejor que ir a pelo.
Mi opinión sobre ellos, se fue agrabando cuando al visitar la famosa muralla china, además de sortear a tanto ser pululando de arriba a bajo por aquellas losas, también había que hacer filigranas para que no te escupiesen encima. Se pasan el día masticando thé, lo llevan en un asqueroso tarrito bien de cristal, bien de plástico, que es peor, y da le que te da le, un traguito ahora otro después; me recordaban a las película de vaqueros americanas, donde los yanquís que se reunían en la cantina, escupían indiscriminadamente en aquel recipiente,jaaaap..chicg!, o algo parecido, me falta practica en susodicho acto. Pues como iba diciendo, los chinos dejan un reguero de ADN por donde pasan, y ojo con pisar uno, o de pegas una leche contra el adoquinado; eso sí , un empedrado de muchos siglos atrás.
Estando en la muralla, bueno en el acceso a ella, antes de subirme al tren de las filas de turistas, se me ocurrió tirar la colilla de mi cigarrillo al suelo; ya se que esto no se hace, pero no había ni una maldita papelera, lo dicho, aún no había llegado al suelo, apareció un señor vestido de uniforme, aunque yo creo que allí todos visten uniforme porque todos paren el mismo. Aquel amable señor que gritaba como un energumeno, me multo, digo yo que aquello era una multa, porque me señaló mi pobre e inocente colilla, me dio un tiket y paró la mano. No recuerdo de cuánto fue la sanción, le dí un billete grande de los que llevaba, y supongo que fue suficiente ya que el hombre se calló y tras obligarme a recoger mis desperdicios, se fue mostrando una leve sonrisa en su ya estirada faz.
El guia que llevábamos y que nos habían impuesto, se llamaba Chán, como todos los chinos, batacinó como Nostra Damús,: Concedernos diez años y sabréis quien es China.
¡ El muy jodido, tenía razón!
Otro día os contaré por que ya no me caen tan bien los chinos ( y no es racismo, si no supervivencia)